El último cumpleaños de mi hija mayor lo celebramos en casa. Algunos de sus amigos vieron una parte de mi colección de miniaturas y creyendo que eran juguetes, querían jugar. Ese día les dije que no, pero semanas más tarde les propuse jugar una partida de rol usando las miniaturas que tanto les habían gustado.
De este modo preparé todo lo necesario para jugar la primera aventura de Viajes por la Ciudadela Radiante, una aventura muy simpática con investigación, combates y unas criaturicas muy traviesas.
Ese día me presenté ante cinco niños y niñas muy exigentes con todo el material preparado para divertirnos, una aventura simpática, miniaturas en plan chibi pintadas, tableros de juego, fotocopias a color, snacks… ¿Cómo les iría a estos primerizos jugadores?
Spoiler, acabó en desastre.
Viajes por la Ciudadela Radiante y lo que no tenía que pasar
Viajes por la Ciudadela Radiante es un módulo de aventuras que incluye muchas y variadas opciones para divertirnos en una sesión de juego. No es únicamente Legado Peliagudo, la primera de sus aventuras, la que posee un diseño adecuado para jugadores sin experiencia, pero sin duda, ser jugada con nivel 1 y 2 favorece mucho que quienes no han jugado antes a Dungeons & Dragons puedan sentirse más seguros y cómodos.
Sabía perfectamente que tanto mis hijos como sus amigos estaban emocionados por venir, no tanto por jugar a rol sino por juntarse en casa de uno de sus amigos. Y precisamente por eso, tenía en cuenta que estarían más atentos a jugar entre ellos que a la partida. Por esa razón los dejé esparcirse un ratico antes de meternos en liza.
Como otras veces que he jugado con mis hijos, preparé la sesión con esmero. Dispuse las figuras pintadas para personajes y criaturas, coloqué encima de la mesa tableros de juego, mapas y otros elementos como ayudas visuales que facilitan que los niños se concentren más que si simplemente tienen que escucharme, y coloqué todo encima de la mesa para que les entrara por los ojos.
Luego les expliqué en qué consistía el juego, puse las fichas de personaje encima de la mesa tras describir un poco cuales eran sus habilidades más características y los dejé escoger mientras yo me disfrazaba para la ocasión.
Mi entrada no fue tan espectacular como pretendía. Sin duda se sorprendieron, pero a mi hija, a la que normalmente le encanta que me disfrace, y a ella conmigo, no le pareció la mejor oportunidad para disfrazarme y empezó a burlarse. Lo que hizo que un grupo de niños de 8-10 años continuaron lo que ella comenzó.
Un mal comienzo que continuó con las quejas de los niños porque las miniaturas les parecían feas. Además, escogían siempre las figuras de monstruos grandes en lugar de las de los personajes.
Las burlas se calmaron en poco tiempo y para lo de las miniaturas, siempre se tiene un plan B. Saqué la Caja de iniciación de Pathfinder 2, que incluye tropecientosmil elementos y toquens de personajes y les dejé escoger el personaje que más les gustaba. Curiosamente, al final, dos de los cinco escogieron una de esas miniaturas tan feas que había sacado al principio.
Como podéis observar, un comienzo muy difícil. Y es que jugar con niños, no siempre es color de rosa y hay que saber cuándo es el momento de jugar y el momento de parar.
Ya con personajes escogidos comencé la sesión. Les presenté la Ciudadela Radiante, hablé brevemente de Dungeons & Dragons, incluyendo guiños a la película que algunos de ellos habían visto, etc. Y tras explicarles cuál era su misión de la manera más simplificada y clara posible, los metí en acción.
Las quejas se habían calmado y los niños empezaban a jugar y a meterse en la historia. Sabían que tenían una misión propia, conseguir un negocio con un mercader. Y un problema en el mercado, que si lograban resolver les ayudaría a conseguir su objetivo.
Los niños de 10 años comenzaron a investigar una vez que se dieron cuenta de en qué consistía el juego y las consecuencias de sus acciones. Si, las consecuencias.
Cuando empezaron a jugar les expliqué que podían hacer lo que quisieran, pero que sus acciones tendrían consecuencias. Y entonces comenzaron a probar. En lugar de hablar con la gente sacaban sus armas, incluso indicaban que le cortaban la cabeza a algunos de los PNJ. A lo que yo simplemente describía que si hacían eso aparecerían los guardias… los niños de 10 años enseguida comprendieron, a su manera y bajo sus intereses, cuáles eran las consecuencias. Si los guardias venían y mataban o encerraban a sus personajes, el juego se acababa… y eso era malo.
Es curioso cómo cambia el juego y el comportamiento de los niños de estar con sus amigos o jugar solos y la comprensión del mismo según su edad.
Mientras los mayores empezaron a evitar problemas, los dos más pequeños, incluida mi hija de 8, siguieron con sus bromas, con sus declaraciones de cortar cabezas, etc.
En esos casos pensé en varias opciones: preguntarles si querían seguir jugando y terminar el juego ahí, una escena con los guardias deteniendo a los personajes de los pequeños para seguir jugando únicamente con los mayores, ignorar las bromas y chorradas de los pequeños, o presentar una escena para que vieran las consecuencias de no tomarse «en serio» lo que decían.
La última opción la descarté, en definitiva habían venido a divertirse. Decidí preguntar si querían seguir jugando y dijeron que sí, así que empecé a ignorar un poco las bromas constantes de los pequeños y centrarme en las acciones de los mayores, incluyendo en el juego a los pequeños en las escenas de acción, tiradas, etc. Cosas mecánicas en las que parece que todo está más controlado.
La cosa parecía funcionar y los personajes empezaron a realizar las pruebas del mercado y en ese momento todo se volvió a revolucionar.
Cuando llevábamos una hora de juego, aproximadamente, saqué algunas bebidas y snacks. Fue como firmar una declaración de guerra.
Bebidas derramadas, bolitas de queso por el aire y el suelo constantemente, tableros de cartón mojados, fichas mojadas… la situación se me escapaba de las manos. Los mayores avanzaban a trancas y barrancas en la historia y notaba que estaban como forzados, mientras que los pequeños pasaban directamente de todo. Así que volví a preguntar ¿Queréis dejarlo aquí?
Esta vez dijeron que sí.
El resto de la tarde se dedicaron a jugar a la consola, al escondite y a otras cosas entre ellos. Y eso está bien.
Hasta ahora solo había jugado a Dungeons & Dragons con mis hijos y las partidas habían fluido muy bien. El sistema lo entendían, participaban con la trama, ponían interés… Y esta nueva situación fue frustrante.
Sin embargo, hay que asumirlo. No siempre es la situación adecuada para jugar. Tuve que aceptar que los niños tenían más interés en jugar entre sí que al juego. Suficiente hicieron ya en llegar donde llegaron.
Otro día se volverá a jugar o no. Los pequeños crecerán y dejarán de bromear tanto con todo. Quedarán tantas veces que sus ansias por verse más a menudo se reducirán y se mostrarán más calmados al sentarse alrededor de una mesa.
Hasta ese momento, el juego se para. Y no pasa nada. Lo importante es que se diviertan, no jugar a rol. Si se divierten ¡fetén!, si no se divierten, se para, se juega a otra cosa y listo.
Y también es natural sentirse frustrado y desanimado por no conseguir que los niños siguieran la aventura. Pero somos adultos. Los niños no tienen la culpa.
Como adultos debemos analizar qué ha pasado, las circunstancias, los fallos, etc. para si hubiera una nueva oportunidad, tratar de hacerlo mejor.
Creo que mi decisión fue acertada. Yo me notaba un tanto tenso, necesitaba calmarme y pensar en lo que había sucedido. Pero no culpaba a los niños.
Mientras los niños jugaban recogí el material de juego, limpié la zona de batalla de bolitas de queso, fregué los vasos, etc. y eso me ayudó a relajarme.
Porque estas cosas pasan. Son cosas de niños que escapan a nuestro control. Unas veces nos divertimos y seguimos y en otras ocasiones no nos divertimos y paramos la partida. Igual que debiera ocurrir en las partidas de adultos.
Lo que no debemos hacer es renegar y desanimarnos. La situación cambiará. Los niños crecerán. Nosotros tendremos más experiencia. Los niños cambiarán de intereses. Y un día, cuando la situación sea más favorable, esa partida con niños funcionará y nos sentiremos orgullosos de haber llegado donde hemos llegado.
He de reconocer que ese día mis hijos no fueron los mejores ejemplos de comportamiento, pero ¿queréis saber una cosa graciosa?
Cuando se fueron sus amigos, mi hijo mayor se me acercó y me preguntó que cuando seguíamos la aventura. No puedo sino sonreír al recordarlo.
Eso me confirma dos cosas:
La primera es que a mi hijo si le gustó la aventura y jugar a D&D con sus amigos.
Y la segunda es que ese no era el mejor momento o la mejor manera para hacerlo.
Padres, tíos o padrinos que queréis compartir la ficción con vuestros hijos, sobrinos o ahijados, nunca dejéis de intentarlo. Pero asumid que puede no salir bien y que los niños, por mal que se porten, no serán los culpables. Hay circunstancias, hay momentos que por la razón que sea, no son las propicias. Pero si ha de llegar, el tiempo nos lo dirá.
Hasta ese momento, no dejéis de tirar dados con vuestra gente y mesas de juego.