Ayer me encontré con mi abuela, como todas las abuelas del mundo es la mejor del universo, una persona entrañable que reconoce el mundo bajo el prisma de quien ya ha recorrido mucho y quien ha intentado adaptarse a los tiempos actuales cada vez con menos éxito.
No vamos a hablar ahora de el paso de los años y como las personas evolucionan en su contexto y con sus sucesos, pero si vamos a hacer una pequeña parada en una frase que por suerte, creo que ya se ha quedado desfasada.
Mientras charlaba con mi abuela sobre sus cosas y mientras me preguntaba por las mías, salió un tema que para ella resulta extraño. No la culpo, es normal que en el desarrollo de su vida esto que os voy a contar, para ella sea algo extraño:
¿Nieto sigues con eso de los juegos?
Sí abuela
Pero, eso no son cosas de niño chico, tu no estás mayor para estar andando con jueguitos.
Bueno abuela, es que me divierten y además hace que trabaje el cerebro.
Ya, ya, bueno tu sigue trabajando duro y ganándote tu pan, se un hombre de provecho.
Claro abuela.
Después de esto y de un par de charlas más, me tocó volver a casa y por el camino me dio por pensar ¿Quedan resquicios del juego como algo para niños? ¿Acaso cuando llegamos a la edad de adulta deberíamos dejar de jugar y centrarnos más en cosas “serias»?
En mi caso, la respuesta está clara, pero estoy seguro que el pensamiento de mi abuela no es único y que todavía a día de hoy, hay gente que piensa que el juego es algo que debe pasar a un lado cuando te conviertes en un adulto.
¿Entonces?¿Quiero ser adulto?
La respuesta es no, rotundamente no. La vida es demasiado corta para elegir el camino feo y en mi caso el juego de mesa es una forma de diversión que da sentido a muchas de las cosas que hago. Acaso, hemos llegado aquí para pasar de largo sin disfrutar ¡NO!
Si estás leyendo estas líneas y en algún momento has tenido dudas, no lo hagas, sigue jugando y disfrutando si es lo que te llena porque el juego es un elemento de salud mental, de ejercicio, de hacer que tu mente se mantenga despierta y sobre todo un elemento de felicidad.
Jugar hace que me reúna con amigos alrededor de una mesa, que disfrute de sus conversaciones y que haga que los vea mucho más a menudo de lo que veo a amigos de la infancia y con los cuales me cuesta la vida quedar para una cerveza. He cogido aviones para sentarme un fin de semana a jugar con mis amigos y he llegado el lunes de vuelta al trabajo, cansado pero con una sonrisa de oreja a oreja.
Jugar nos mantiene jóvenes, vivos y hace que nuestra mente siga trabajando a un gran ritmo, pero sobre todo, jugar hace que el niño que tenemos dentro siga divirtiéndose y siga aflorando tras un tablero. Mientras sigan pasando los años por mi cuerpo, espero que mi mente siga siendo la de ese niño que se ilusiona cada vez que abre una nueva caja, que se vuelve loco destroquelando cada juego, que visita Essen con la sonrisa de quien ha visto a Papá Noel y de quien disfruta de una buena compañía y un buen tablero.
Por eso, aunque pasen los años y mi cuerpo pase los achaques…
Moriré Joven, porque Moriré Jugando.
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